Debo escribir otro post acerca de este controvertido santo que llegó al cielo a pulso de coima y de la presión interna de sus
numerarios en el Vaticano (que tampoco se caracteriza por combatir
apasionadamente la corrupción).
Pero no vengo a hablar de eso.
Sino otra cosa muy distinta que leí. Unas palabras que me dejaron pasmada y me
hizo pensar en las muchas veces en que un ateo critica la Biblia por sugerir
atrocidades como apedrear a tus hijos hasta la muerte, u obligar a una mujer a casarse con su violador (Deuteronomio 22: 28,29). Los creyentes siempre nos dicen que “esa era la
mentalidad de ese tiempo”, que “tenemos que entender el contexto”. Lo que me
hace pensar en dos opciones: o dios se mimetiza a la mentalidad del tiempo y la
cultura con la que quiera interactuar, sin importar que tan salvaje e inmoral
sea esta; o, lo más lógico, podemos entender que estas historias no son más que
la invención de este mismo pueblo lo que explica la compatibilidad de ese dios
con sus valores, sus costumbres y su filosofía de vida.
De todas formas, lo que sí es
cierto es que el creyente promedio no lanza piedras a sus hijas. Si algún
desadaptado lo hiciera, iría a la cárcel.
Lo mismo cuando uno hace
referencia a la misoginia o el trato humillante hacia la mujer que es
recurrente en la Biblia. Los creyentes nuevamente acuden a
la misma respuesta y añaden que su posición defiende que “el hombre y la mujer
son iguales en dignidad”. Y eso es bueno.
Pero aquí es donde entra Escrivá
de Balaguer y deja un mensaje preocupante. “Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios —ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas (...)” escribe en su libro Camino, aforismo número 946. Estas palabras salen textuales de una de esas citas bíblicas a la que nos referimos. Y lo peor de todo es que este hombre es
santo, es decir, un camino a seguir para todo católico y el máximo ejemplo de
un opusdeísta. Más aún, no podemos
alegar a que haya vivido en épocas remotas o un entorno cultural primitivo, sino
que fue un hombre del siglo XX. La misoginia de Balaguer no se limitaría a estas palabras
sino que estas se apoyan con el testimonio de diversos ex numerarios del Opus.
Si usted es de los que cree que hombre
y mujer son iguales en dignidad, no se santigüe ante este ídolo fraudulento y
ruín, no se rebaje a seguir estos ejemplos. Es a usted mismo, y no a ese
fariseo, a quien debe escuchar y seguir.
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