martes, 1 de mayo de 2012

El Testimonio de San Loquesea

Una historia sarcasticamente linda e inspiradora de una vida cristiana ejemplar y ficticia originalmente publicada en la Diva en el Espejo:


San Loquesea nació en el lugar que sea, da igual, pero en un tiempo en que la ciencia daba pocas luces, sobretodo en el campo de las enfermedades mentales, que es tan del agrado del público y que cobrara importancia en la vida del protagonista no solo por el hecho de padecer una, que es lo más normal del mundo, sino porque él mismo sería una causa para su aparición en quienes lo rodeaban. Algunos hablarían de contagio si no fuera por el hecho de que las enfermedades mentales no se contagian, esto sería punto a favor de la iglesia que gana con cada hecho inexplicable por la ciencia, como si todo lo que ella no pudiera explicar se debe necesariamente a una clara intervención de dios y nos debe conducir a concluir su obvia existencia.

En fin. San Loquesea fue diagnosticado desde muy niño por el doctor del pueblo que no era lo que se dice brillante, pero tampoco podemos pedirle mucho más, como ya se dijo, el tiempo y las circunstancias no lo permiten. Sabe de fiebres e infecciones, pero sobre enfermedades mentales a lo más sabrá que hay un cerebro y qué no tiene buen aspecto ni  buen sabor en el plato. Concluirá algo como maldiciones o castigos de dios por pecado de algún lejano ancestro (y qué tendrá que ver el pobre niño en esos asuntos). Semanas después, aquellos escasos conocimientos ya no valdrían de nada, pues es ahora paciente de la misma enfermedad junto con los familiares. Pacientes que no serán tratados por prudencia, o miedo si prefieren, de sus colegas que además viven en otros pueblos alejados y no poseen más herramientas que el desafortunado primer médico para tratar esta extraña enfermedad.

La infancia de San Loquesea fue difícil como la de muchos otros santos, pero ninguno era un loco en medio de otros locos, de hecho hay que precisar que San Loquesea no llegó a eso que llamamos locura ni nada peor, podía hacer reflexiones profundas y sin romper relación con la realidad. Prueba de estos razonamientos fue el que lo motivó a dejar su pueblo y abrazar la vida ermitaña, con la vaga esperanza de que todos aquellos a quienes había pasado su mal mejorarían en su ausencia. No tenía tanta lógica, pero no es como que dios premie mucho la lógica, mejor es hacer las cosas sin saber muy bien que consecuencias podrían traer realmente, pero hacerlas con fe, eso sí vale un cielo. Es la lógica divina, y no pregunten cómo funciona eso, superior a la humana y dios está dispuesto a demostrarlo, como en esta historia que cada vez se torna más inverosímil, pero en eso consiste tener fe, creer sin dudas por más inverosímil que parezca.

El pueblo ha vuelto a la normalidad, como ven, dios ha sido el único autor posible del milagro, restregándoselo en la cara a todo escéptico, a excepción de aquellos que dudamos de la veracidad de la historia. No digamos de quienes podrían darle mérito a la huida de San Loquesea, en todo caso el tendrá que ser humilde, como polvo que es y será, y pasarle el trofeo a dios, sino adiós santidad, que te trague la tierra a ti y a tu vanagloria. Como sea, el pueblo es lo que fue antes, un lugar sano y feliz. ¿Y San Loquesea? De eso ni se habla, ni se piensa. Es como dudar de dios. Se crea un mecanismo de rechazo inmediato a la menor tentativa. Otro niño nacerá pronto y llenará su asiento vacío en la iglesia.

San Loquesea, debemos ya suponerlo, es buen cristiano. No hace su voluntad, sino la de dios. A veces dice que coinciden pero sabemos que esto de las coincidencias resulta muy sospechoso. De hecho, en este momento se encuentra en un gran conflicto porque sabemos que así, solo como está, no podrá practicar la caridad con el otro y otras virtudes que requieren a la presencia de otros, de ahí que la iglesia repudie la soledad, que hasta los monjes deban vivir juntos. Pero este era un caso especial y San Loquesea no sabría que era lo correcto, nadie se lo diría, tampoco lo hallaría en los códigos morales ancestrales que solo dictaban normas generales de conducta, dos pedazos de piedra que no brindarían mayor aporte en casos extraordinarios como estos. Todo esto pudo habérsele pasado por la cabeza a San Loquesea, pero sin el tonito irreverente que le ponemos. Con o sin el tono, la sola idea de concebir pensamientos tan desafiantes lo aterraba, no vaya a ser que dios se ofenda con lo susceptible que es, véase cuando derramó litros de sangre por los puros celos que le tenía al becerro de oro, cuando su pueblo le dio la espalda o mas bien se cansaron de andar hambrientos y sedientos por el desierto sin que reluciera algún vestigio de lo que llamamos providencia divina. Es de comprenderse, pero para dios lo comprensible es inaceptable, no hablemos como tomará lo verdaderamente inaceptable. A decir verdad si no es contra él se lo toma con calma, porque inaceptable era que miles de personas vayan a punto de desmayarse por el desierto, personas que si estaban donde estaban era porque dios se lo había aconsejado, o simplemente cayeron en la conocida trampa de los timadores que se la dan de intérpretes divinos.

Tras mucho pensar, nuestro famoso San Loquesea llegó a una conclusión, una luz para su conflicto. Si él no podía ayudar a los demás físicamente, lo haría a través de la oración. Qué lindo. Final feliz para nuestra historia porque a partir de ahora no habrá mucho qué contar salvo los muchos padrenuestros y avemarías que siguieron.


NOTA SERIA: Esta es una historia ficticia, nunca falta alguien que se cree todo lo que lee.

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